Todo ocurrió cuando decidí ampliar la casa en la cual vivía con mi familia, una vez realizados los planos busqué un contratista (ingeniero) para que se encargara de la ejecución de los trabajos. Alvarenga, era el apellido del Ingeniero; inmediatamente organizó el comienzo de las obras para una semana después y como las misma no tocarían la construcción existente, decidimos, para ahorrar dinero, seguir viviendo en la casa. Dentro del grupo de trabajadores había uno que me llamó la atención desde el inicio de las tareas, por su disposición al trabajo, por lo educado que era para con nosotros, y con sus compañeros de tarea, y por el físico espectacular que tenía.
Ramón era el único trabajador que desencajaba entre los demás. No solo por su anatomía tan sensual, sino también por si rasgos faciales. Era guapo, repito. Tenía unos bíceps muy marcados, brazos fuertes, piernas gruesas. Era una lástima que siempre tuviera jeans. Casi siempre usaba gorra, supongo que para no mancharse tanto el rostro. Mayormente se paseaba en shorts, y en una que otra ocasión, miré desde la ventana cuando no traía playera puesta.
A medida que fueron pasando los días mi relación con Ramón, fue haciéndose cada vez más íntima y yo pretendía llegar hasta donde pudiera, por eso, un día le comenté que me gustaría que se aceleraran un poco el ritmo de los trabajos, pero que antes que traer más personal prefería que él se quedara fuera de hora a trabajar, esto le permitiría ganar más dinero y, si estaba de acuerdo, hablaría con el Señor Alvarenga que era quién finalmente aprobaría o no esta propuesta de trabajo. Sinceramente no estaba apurado con la construcción, pero si llegué a pensar que, de no aprovechar su presencia, jamás podría saber más de él. Quería al menos tener su contacto; luego podría buscar algún pretexto de remodelación para volver a coincidir.
Ramón me dijo que primero debía consultarlo con su mujer, estaba casado, tenía un par de hijos y uno de ellos casi recién nacido. Tenía que informar en casa para que no hubiera malos entendidos. Al paso de los días accedió a mi propuesta, después de todo a nadie le cae mal un dinero extra, sobre todo cuando ya hay hijos. Esa misma tarde hablé con el Ingeniero Alvarenga y al día siguiente comenzó el nuevo sistema. Yo teóricamente en un gesto de hospitalidad, cuando se fueron los demás trabajadores, era al atardecer, decidí ofrecerle a Ramón un poco de whisky dado que estábamos en invierno y la temperatura había bajado un tanto al caer el sol.
Cuando lo busqué, en la zona de obras, me lo encuentro encaramado a una escalera terminando el cielorraso de una de las habitaciones, desde el lugar en que estaba parado noté las buenas nalgas que tenía, y de lo fuerte que tenía las piernas. Las nalgas ante todo eran mi debilidad, no me importaba mucho el sexo, yo admiraba un buen culo; y estás quedaban a la altura de mis ojos. Me acerqué lo más posible y estiré el brazo para alcanzarle el vaso, Ramón primero se sorprendió con el convite y luego tuvo necesidad de agacharse para alcanzarlo, yo aproveché para mirarlo con disimulo, pero sin perderme detalle de su estupenda anatomía.
Una de las características de Ramón era su pulcritud aun cuando trabajaba, eso me atrae mucho porque la gente sucia no me va, sobre todo la descuidada. Era de piel blanca, muy fino, podría pasar incluso como un ingeniero, si lo vestías bien; supongo que, en su árbol genealógico, en una generación no muy alejada de la suya, debió haber habido algún europeo, porque Ramón tenía algunas características de esa raza que se podían ver a simple vista, el color de su piel y lo castaño claro de sus cabellos, no tan común en nuestra tierra, su rostro con rasgos finos, lo hacían un hombre muy atractivo. su boca de labios muy carnosos, perfectamente formada y terriblemente sensual. Todo el me atraía.
Mientras bebíamos nuestros wiskis tuvimos una charla muy amena en la que conversamos mucho de la familia, él se mostraba muy ensimismado en su trabajo por lo que yo tuve la oportunidad de mirarlo detenidamente desde abajo y solazarme con cada parte de su cuerpo. A la altura de mi vista, como ya lo mencioné, tenía esas espléndidas piernas de muy buen tamaño enfundados en unos jeans muy entallados, un poco ajustados, cubrían de manera tal sus gruesos muslos que parecía que, si hubieran sido unos centímetros más chicos, sus piernas no pasarían por ellos; desde mi privilegiado punto de vista, mirando para arriba, veía su espléndido culo redondo y bien paradito con la raja apenas insinuada al ras del pantalón.
Más arriba, una camiseta sin mangas, blanca, un tanto amarillenta por el tiempo de uso que tenía, modelaba a la perfección un torso de cintura estrecha en el cual los abdominales, los pectorales y los dorsales se lucían, unos en determinados momentos y otros en otros, de acuerdo a los movimientos de Ramón para realizar su tarea.
Pregunté si no sentía frío con tan poca ropa, pero me dijo que un poco más de abrigo le molestaba en sus movimientos y que prefería, una vez que dejaba de trabajar, tomar una ducha bien calentita. Mientras conversábamos y tomábamos el whisky, Ramón trabajaba y yo me dediqué a observarlo con el mayor detenimiento posible, tenía unas orejas pequeñas muy pegaditas a su cabeza perfecta, ojos negros, una mirada muy profunda, una agilidad envidiable, un cuerpo modelado y escupido con el trabajo, movimientos enérgicos y determinados. Veía la maestría que tenía para manejar la cuchara de albañil con una mano mientras con la otra sostenía el balde, era realmente admirable.
Cada vez que la mezcla se le acababa, Ramón descendía de la escalera, volvía a cargar el balde agachándose delante de mí y una vez concluida esta acción se encaramaba a la escalera de nuevo, yo aprovechaba estos momentos para mirarle el culo y tratar de retener en mi mente la mayor cantidad de detalles para poder masturbarme más tarde recordándolo. Así estuvimos juntos y solos durante dos horas, al cabo de las cuales bajó de la escalera, limpió sus herramientas de trabajo con la misma habilidad que había demostrado antes en el manejo de la cuchara y se decidió a cambiarse de ropas para regresar a su casa, le ofrecí que se bañara en el baño que teníamos habilitado dentro la casa, en el cuarto de huéspedes, así podría llegar a su casa ya limpio, comer y echarse a dormir.
Me agradeció efusivamente el ofrecimiento y se dirigió al baño, siguiéndome como le indicaba. En verdad les hablo de un muchacho atento y amable. No sé si era parte de su papel, o si en verdad era así, pero a mí me mataba su forma tan sencilla de ser. Como todo baño de servicio en mi país, el mío era pequeño, al menos mucho más que el del resto de la casa.
No entró al baño hasta asegurar que tenía mi permiso. Se desnudó y tiró la ropa sucia afuera, sacando solamente del habitáculo del baño uno de sus brazos, muy musculoso, por cierto. Otra de las cosas que me dejaban babeando, era el largo tatuaje que se extendía por todo su brazo derecho, Justo con el que había sacado su ropa del pequeño cuarto. Escuché el ruido de la ducha al caer, yo no sabía si concentrarme en los ruidos de dentro del baño o mirar su slip que habían caído arriba del resto de la ropa y por la forma en que se había deformado por el uso, no me quedaban dudas que Ramón cargaba una verga fenomenal, que había dado la forma que yo estaba mirando, a ese slip de color rojo.
No me quería perder nada, estaba totalmente erecto, mi verga había ganado tamaño, y me sería muy difícil ocultarlo en caso que Ramón saliera. Mi vista iba al slip, luego al interior del baño, quería identificar cada ruido que salía, tratando de dibujar una imagen de lo que estaba pasando dentro. En mi cabeza casi podía calcular el tamaño del miembro del albañil de cabello castaño claro. La huella en la trusa roja, también mostraba el gran tamaño de sus huevos. Mi imaginación no había fallado al pensar que se trataba de algo tan majestuoso como su culo bien formado.
En un momento se cerró la llave, pude oír el agua cesar, los pasos húmedos por el piso de cerámica, y el sonido de la toalla al ser fregada en su cuerpo para cercar toda la piel mojada. Me estaba haciendo la película mental con los sonidos cuando sorpresivamente sale del baño. Apenas estaba cubierto, la diminuta toalla no podía abarcar el largo de su cuerpo, y mucho menos el grosor de sus piernas; tuve la suerte de prestarle una toalla mediana, una más grande no me habría dejado mirar mucho más que sus ricos gemelos gordos y velludos.
—¿se te ha olvidado algo? —pregunté al notarlo buscar su mochila, desperrado.
—Si. Olvide meterme con la ropa de calle, que me llevaré puesto. — había olvidado meter sus prendas en el baño antes de desnudarse, al verme se sobresaltó, no esperaba encontrarse conmigo. Me pasó lo mismo, inventé una excusa diciendo que buscaba un martillo porque debía colgar un cuadro. Tampoco es que le haya importado mucho mi presencia; no le presto nada de atención, lo que me permitió observar detenidamente y un poco más a detalle cada movimiento de su sensual porte.
Mis ojos y mis actitudes hipócritas hacían como si en verdad estuviera buscando algo. El tan amable como siempre, se ofreció a ayudarme. —Creo que tengo un martillo por aquí— cerca de su mochila, y oculta de bajo de su ropa sucia, había una caja de herramientas que estaba en el piso cerca del baño; siempre la traía con él. Se agachó para hacerlo, la toalla se abrió bastante debido a su reducido tamaño y le quedó medio culo afuera, estaba espectacular, piel clara, mucho más que la tostada por el sol, no tan peludo como imagine, de vellos finos distribuidos en el par de nalgas duras. La flexión había marcado cada músculo de sus piernas en la parte posterior.
Noté que a medida que se acercaban los vellos a la raja, estos se hacían más abundantes. Siempre del mismo grosor, algo alejados unos de otros, pero convirtiéndose casi en un bosque de pelos castaños y finos. Una vez que encontró lo que yo necesitaba, se incorporó y con una espléndida sonrisa que dejaba ver una perfecta dentadura me los entregó, se lo agradecí también con efusividad, me retiré porque ya no tenía pretexto para quedarme en el lugar. Así que me di media vuelta, y salí. Apenas pasé el marco de la puerta, me acomodé la verga, que dentro de mi ropa interior babeaba, y manchaba con poca sutileza la zona íntima. Sentía mi miembro tan duro, que en mi cabeza no dejaba de preguntarme si Ramón se habría dado cuenta del gran bulto que se realzaba de entre mi ropa. Intenté majarlo con mis pantalones, pero, aun así, mi polla de gran proporción, hacia un poco difícil mantener la discreción.
—¡Señor! —Escuché a Ramón gritar mi nombre. —Nuevamente me majé la verga, y caminé con las manos en los bolsillos, tratando de disimular mi emoción hacia él. Entré de nuevo a la habitación y me quedé aún más nervioso al encontrarlo frente a mí.
Volví a entrar al cuarto de huéspedes, y me quedé estupefacto al verlo; casi petrificado. Ramón tenía puesta una camisa medio amarilla con los botones sin abrocharse, que dejaban ver ese pecho tan hermoso y aún un poco húmedo por el baño. Traía calcetines oscuros altos, pisando por sobre sus zapatos para no pisar el suelo, los pantalones, azul oscuro, puestos y alzados hasta las caderas, los sostenía con las piernas un poco abiertas. La bragueta estaba abierta, de inmediato mi mirada se clavó en ese cierre dorado que dejaba mirar la prenda que llevaba puesta por debajo. No lo podía distinguir si traía trusa o bóxer, su hermosa verga formando, por efecto de la tela blanca de su ropa de interior de algodón, una especie de globo de considerable tamaño al que me daban ganas de arrojarme, descubrirlo y mamarlo hasta venirse sobre mí.
Me quedé realmente sorprendido, Ramón se dio cuenta cuando comencé a tartamudear. Mi torpeza no me dejó expresarme con claridad, me sentí tan nervioso que olvidé como tratarlo, mi capacidad de comunicarme estaba obstaculizada por la semejante figura masculina que tenía a pocos metros de mí. Tragué saliva, y no sabía qué decir. Ramón se sonrojó y me pidió disculpas por haberme llamado sin haber terminado de vestirse, pero se justificó diciendo que pensó que yo tardaría más en asomar, y un poco torpemente ya que la situación también lo sobrepasó, me avisó que había ocupado todo el cemento que quedaba y que le avisara por teléfono a Alvarenga para que, en la mañana siguiente, a primera hora, tuviera el material en la obra para no atrasar las tareas.
Le agradecí la gentileza y me retiré un poco avergonzado, un poco desorientado, pero muy, pero muy caliente. Tenía bastante material para dedicarle una buena paja mientras me bañaba; antes de acostarme con mi mujer. En mi cabeza las imágenes del culo y el paquete de Ramón, no dejaban de repetirse, como si no fuera suficiente la tortura de no poder tocarlo, o hacer algo al respecto con aquel albañil que me estaba volviendo loco. No sabía cómo hacer para que Ramón se quedara más tiempo conmigo, no encontré pretexto, pero cuando ya se estaba marchando, pasó a despedirse, y la situación cedió camino por su propia cuenta.
– Chau Ramón, espero que te encuentres con una buena comida al llegar a casa. —Le dije, mientras se acomodaba la mochila sobre el hombro, intentando no tirar su caja de herramientas.
– Le cuento que estoy solo, mi mujer se fue con los niños a pasar unos días a la casa de su madre, deberé rebuscar en la nevera y preparar algo con lo que haya.
Era mi oportunidad – No Ramón, si es así puedes cenar con nosotros y luego irte a su casa. Mi esposa y yo estaremos complacidos de compartir la mesa contigo. Claro… si no tienes problema —trate de sonar desinteresado.
No quiso aceptar quedarse a comer, consideraba una intromisión a nuestra intimidad, yo no quería dejar escapar la oportunidad de estar más tiempo con él, no importaba mucho en ese instante hasta donde podría llegar, solo sabía que cuanto más tiempo pasara con él más alternativas de un acercamiento más íntimo se presentarían. Insistí, noté que la firmeza de su primera respuesta comenzaba a flaquear, lo que me dio más ánimos para seguir buscando argumentos para que se quede hasta que finalmente lo conseguí.
Los chicos ya habían comido y estaban en su cuarto mirando televisión, por lo tanto, tomamos la comida en el pequeño comedor, mi mujer, Ramón y yo. Me senté a la cabecera de la mesa como lo hago habitualmente, mi mujer y Ramón se sentaron una a mi izquierda y otro a mi derecha de la diminuta mesa. Teníamos una mesa más grande junto a la sala, pero esa funcionaba si éramos más de cinco personas. Comenzamos a comer, y el idolatro el buen sazón de mi mujer. A ella igual le agradaba aquel chico. Nos contó de sus hijos, de su mujer y un poco de su vida. Pero mientras en la mesa la información corría entre los platos, de bajo, algo se estaba suscitando.
Dos o tres veces mi rodilla derecha rozó a la suya izquierda y Ramón inmediatamente como un resorte retiraba su pierna y pedía disculpas en voz baja, pensando que quizá me habría goleado al abrir sus grandes muslos. A la cuarta vez que “por casualidad” ocurrió lo mismo y con un poco más de vino encima, ya Ramón no pidió disculpas y apenas retiró su pierna. Nuestras extremidades inferiores quedaron tan juntas, casi podía sentir la sensación de la tela de sus pantalones en mi rodilla. Seguimos comiendo, no me acuerdo más que decía porque mi calentura era muy alta, por largos minutos nuestras posiciones quedaron del mismo modo, yo sintiendo la total cercanía de ese fenomenal macho y mi verga vomitando en cantidades industriales aquel líquido que seguro ya tenía muy manchados mis calzones.
Había llegado el momento de hacer algo más, tomé coraje y en un movimiento aparentemente casual apoyé con total libertad mi rodilla en su muslo, esperaba, sinceramente, que Ramón retirara la pierna y me sorprendí gratamente cuando no lo hizo, al contrario, se tomó la libertad de permitir y acentuar el acercamiento a mí.
Creí tener la batalla ganada, terminamos de cenar y con un nuevo pretexto de necesidad de herramientas volvimos al cuarto del fondo donde estaba el baño de servicio, ahora la necesidad inventada, era de un serrucho, se encontraba colgado en la pared bastante alto, había que estirarse para tomarlo, había pedido que lo colocaran allí para proteger a los niños y ahora me venía de perlas su ubicación.
Ramón se estiró para alcanzarlo, pero no llegaba, le alcancé una silla, se subió a ella, quedó su paquete a la altura de mi nariz, pude ver que tenía un tamaño bastante mayor que cuando se lo había visto hace unas horas estando su pantalón medio bajo como ya lo comenté, lo pude oler con disimulo, olía a limpio, me excitó más, en un movimiento previo a bajar el serrucho, esa verga se apoyó en mi nariz, como un reflejo condicionado salió de la boca Ramón la palabra – Disculpé. —Está vez se escuchaba nervioso, un poco tembloroso diaria yo
Contesté con una media sonrisa, estaba tan nervioso como él. – No hay problemas, me consta que está limpia. —Estaba dispuesto a lanzar todos mis misiles, quería ganar esa guerra. Sabía que había una oportunidad. De no ser así, estoy casi seguro que no si hubiera prestado ni siquiera para cenar.
Ramón me miró algo extrañado, pero no contestó, bajó el serrucho, giró sobre sus talones y se encontró a centímetros de mí que lo miraba a los ojos con la mirada más profunda que podía lanzar, bajó la vista y con un movimiento un tanto rebuscado y evidenciando una gran incomodidad consiguió retirase de mí, hice como si no hubiera pasado nada. Todo comenzó a suceder como en cámara lenta, en silencio, Ramón se agachó a tomar nuevamente su bolso para irse, al agacharse, como quien no quiere la cosa le apoyé mi paquete que, al solo contacto, me produjo una descarga casi eléctrica de la cabeza a los pies.
Ramón se incorporó, giró lentamente sobre sí mismo, me miró, bajó la vista y se retiró un tanto, yo parecía un animal en celo frente a su presa, me olvidé de mi mujer, de mis hijos en el dormitorio y de todo lo que no fueran los movimientos de Ramón que además no podía identificar, su lenguaje corporal no lo podía interpretar. No sabía que estaba cruzando por su cabeza ¿por qué no solo se iba? ¿Por qué no se mostró incómodo? ¿También él estaba sintiendo esa atracción, como yo por el desde el primer día que lo vi?
Comenzó como una danza silenciosa en la penumbra del cuarto, Ramón abrió su bolso para buscar dentro de él las llaves de su casa para tenerlas a mano, estaba frente a mí, para realizar mejor su acción bajó un tanto su cabeza, los rulos ensortijados de sus cabellos quedaron a la altura de mi boca, no me pude contener y le di un suave beso en la cabeza, Ramón con una voz apenas audible me dijo: – Señor ¿qué está haciendo? Debo ir a casa.
Le contesté con la voz más sensual que me daba la garganta– No te vayas por favor. —No sabía que más decir, pero los dos estábamos ahí clavados esperando que el otro diera un paso aún más arriesgado. Casi puedo determinar que estaba tan confundido como yo, y a la vez tan convencido de lo que estaba por suceder.
– Señor, nos vamos a arrepentir. Es mejor dejarlo hasta aquí— Giró sobre sus talones y se dirigió a la puerta. Me abalancé sobre él, lo tomé de atrás y con toda la boca lo besé en el cuello humedeciéndolo todo lo posible, me di cuenta que Ramón acusó el beso, pero no cambió de decisión. Intenté retenerlo, se dio vuelta hacia mí y me dijo
– No es que no me guste, de hecho, estoy muy confundido, pero tampoco es por ello. Probablemente pierda el trabajo y lo necesito desesperadamente. No sé de qué forma se percató de mi…
—¿a qué te refieres? —me puse muy cerca de sus labios, y le planté un beso en sus suaves labios—¿a qué te gusta esto? —aparte mi boca y lo miré como nunca había mirado a nadie. Con una profundidad sincera y sensual. —Tampoco pensé que pudiera pasar, solo pasó.
—No quiero perder mi empleo. Tampoco a mi familia. No creo ser bienvenido en mi familia si se llegaran a enterar de mi… —no supo terminar la frase —inclinación.
Lo abracé con desesperación, le prometí que esto no interferiría con su trabajo, mucho menos con su familia; mientras le decía esto me pegaba totalmente a él y no le daba posibilidad de escape porque al abalanzarme encima suyo la puerta, semicerrada, quedó detrás de él y con un golpe seco se terminó de cerrar por la presión de nuestros cuerpos. Mientras lea decía al oído– Nunca nadie me calentó tanto. Nunca me sentí tan atraído por un varón. Entonces le prendí otro beso, y esta vez fui correspondió con la misma euforia. Un beso tan salvaje y delicado. El aire caliente de nuestra nariz, se desprendía con fuerza, y nuestras manos comenzaron a jugar y a recorrer con desesperación.
Le bese el cuello, y casi se derrumbó. Lamí ese aroma a jabón de rosas, su colonia me excitaba tanto como el par de bíceps que palpaba para sentir su dureza. Sus manos me tomaron de la cadera y nuestros paquetes se impactaron con la misma fuerza de sus latidos. Entonces supe que ya no se iría.
No teníamos tanto tiempo. Mi esposa seguía caminando dentro de la cocina levantando los platos, sería muy extraño tardar más tiempo de lo normal. Disfrute un poco más de sus labios, eran suaves y muy carnosos, sabía usar muy bien si boca, y sabía dónde y cuándo plantarte una mordida de labios. Mis manos comenzaron a desabotonar esa camisa amarillenta, le desprendía la ropa casi con violencia, le quité la camisa lo suficiente como para dejar su pecho desnudó, me prendí de sus pezones que se le endurecieron al instante, Ramón solamente gemía, como si nunca nadie hubiera tocado esa zona con una lengua tan ágil.
—¡Que rico! ¿Quién te ha enseñado a hacer eso? —susurró, Sus palabras me ponían todavía más cachondo, si es que eso era posible estarlo aún más. Ni siquiera con mi mujer sentí ese nivel de calentura qué precia incendiar mi piel. Mi verga estaba tan dura que casi podría romper mis calzones y atravesar la mezclilla, y el suyo estaba igual o más que el mío.
Nuevamente bajé hasta sus pezones, luego fui bajando por su tórax hasta el ombligo, besé ese camino de vellos delgados, lamí ese abdomen hasta encontrar con mi nariz, el olor a macho que tenía entre sus piernas. Otra vez de frente a su paquete, pero en esta ocasión con el permiso de hacer con él lo que yo quisiera. Le desabroché el cinturón, la hebilla hizo ruido, cayendo cada extremo por los lados, abrí el botón de sus pantalones, bajé el zíper lentamente, hasta descubrir su ropa interior.
Se marcaba un gran trozo dentro de ella. Bajé sus pantalones, dio algo de trabajo descender la tela por esas piernas gruesas. Su bóxer estaba sobre relieve, la licra de la ropa interior detallaba ese grueso pene, no menor a unos 21 centímetros. De grueso casi podría compararla con lo gordo de una lata de soda; y en la base un tanto más delgado, pero lo suficiente como para poder etiquetarla como enorme. Gigantesca creo que era la descripción correcta.
Tomé ambos costados de la ropa y la bajé con salvajismo, quedé impresionado aún más al ver el trozo que brinco frente a los ojos, tan pesada como hacerla brincar hasta quedar derecha y algo curva frente a mí. Era más grande lo que pude imaginar, probablemente herencia de sus antepasados, siempre me pregunté quien le heredó tremendo miembro descomunal. Quiso detenerme, subió nuevamente su bóxer, dejando solamente la cabeza de su polla majada con la parte superior de su bóxer, la punta estaba tan mojada, que había mojado el mismo calzón, una huella muy pintoresca desencajaba del color original de la prenda. Acerqué mi lengua y lamí su glande, el suspiro, quiso separar mi boca, Ramón entre gemidos comenzó a hablar.
– Acá no por favor! Nos van a oír. Detente por favor—Yo seguía lamiendo la enorme y húmeda cabeza, que no dejaba de expulsar ese líquido transparente y salado.
– Espera, nadie nos oirá. Confía en mí, nadie nunca viene aquí—dije con la voz muy tenue, y con la lengua aun saboreando su zona viril.
– ¡Me pone nervioso! En serio, quiero que te detengas. Me da algo de pavor ser descubierto. —Pero sus acciones iban al sentido contrario de lo que sus palabras me pedían. Le dije otra vez que no se preocupara. Mientras le decía esto le sobaba el culo. Unas nalgas perfectamente redondas, algo velludas como explique antes, muy duras y definidas. Luego mis manos pasaban por los costados hasta encontrar su zona pélvica, por efectos de mis manos él se retorcía y se venía para adelante y podía sentir su pija contra mi nariz, por momentos tan cerca como para respirar su aroma a hombre. Nuevamente estiré la tela, saqué el enorme pedazo y lo introduje dentro de mi boca. No toda, sólo la punta, era tan Grande que se necesitaba mucho más tiempo para poder lograr comerse toda.
Ramón se removía enloquecido de placer y de nervios. Esa mezcla de placer y nervios me ponía todavía más osado, quería que Ramón experimentara esa dupla de sensaciones que son espectaculares, la cachondez y el peligro, sin dudas lo estaba logrando, pero también podía darme cuenta que comenzaba a emerger en él un sentimiento que por ético resultaba negativo en ese momento. Por más esfuerzos que ponía lograba calentarlo terriblemente pero no se soltaba del todo, en un instante tomé en cuenta que lo que lo ponía algo mal era la presencia de mis hijos y mi mujer en la casa, evidentemente, los valores de Ramón eran más altos que los míos, surgió en mí, primero imperceptiblemente, luego casi como una revelación, un profundo sentimiento de respeto hacia Ramón.
Disminuí la intensidad de nuestro manoseo, se fue convirtiendo lentamente en caricias íntimas, que surgían de lo profundo del alma, admiré en mi interior su actitud, Ramón quedó callado, yo también, luego de un momento de silencio rompí el mismo– ¿Quieres que te lleve a tu casa? – Y él respondió “por favor”
Entré a la casa, tomé las llaves del automóvil, subí hasta el cuarto donde dormíamos con mi esposa, le avisé que saldría a llevar a Ramón, miraba una telenovela, y le extraño un poco. – Pero como ¿No se fue aún?
Le respondí que no, que nos habíamos quedado conversando sobre de cómo quedaría la construcción terminada y que la charla había sido realmente amena y provechosa, que me había sugerido algunos cambios en el proyecto. Bajé nuevamente a la sala de estar donde Ramón aún empalmado me esperaba, fuimos hasta la cochera, subimos al auto y nos dirigimos a su casa. En el camino la conversación fue escasa, pero yo no podía dejar de acariciar esa potente pierna con ternura, con respeto y con una calentura contenida, Ramón se dejaba hacer. En algunos momentos palpaba su entrepierna, la notaba caliente y dura, en esos momentos Ramón abría imperceptiblemente as piernas como invitándome a seguir.
llegamos a su casa. Ramón abrió la portezuela para bajarse me miró a los ojos y me dijo ahora sí, acá estamos solos, como un resorte bajé del auto le puse el seguro, activé la alarma y juntos entramos a su vivienda, sencilla pero digna, tan digna como él, no hicieron falta prolegómenos, sabíamos a qué habíamos ido. Comencé nuevamente a abrazarlo y besarlo, solamente que ahora Ramón correspondía ampliamente, aunque con un resabio de respeto por el nivel social más alto que yo tengo, pero para mis adentros yo sabía que quien estaba en un nivel superior era él.
Nuevamente con urgencia desabroché su camisa ahora arrugada, mientras mamaba sus tetillas, terminé de sacársela, me abalancé con la boca a sus sobacos muy peludos, fregaba mi verga por encima de la ropa con la suya, Ramón me abrazaba fuertemente y suspiraba cada vez con mayor intensidad, lo fui empujando hacia la cama entre besos ,lamidas y chupetones, cuando el lateral de la cama chocó con sus pantorrillas con un pequeño empujón hacia atrás conseguí que relajara la articulación de las rodillas y lentamente cayó para atrás con las piernas abiertas y el torso desnudo.
Me quité con rapidez la camiseta que llevaba puesta, me tiré encima suyo, lo recorrí todo con la lengua, su cuerpo quedó ahora brillante por mi saliva, por segunda vez en la noche desabroché su cinturón, bajé sus pantalones hasta debajo de sus caderas, saqué de dentro del bóxer su verga que salió como un resorte y se la empecé a mamar.
Primeramente, metí el glande totalmente en la boca, jugué con él, puse la lengua dura y trataba, por supuesto sin éxito, pero produciendo en Ramón una excitación inigualable, de introducirla en el canal urinario, jugué con el frenillo, sin dudas esto le gustaba mucho, lamí sus 21 centímetros de extensión, chupé sus pelos ensortijados y decidí terminar con la tarea de sacarle los pantalones y el bóxer, cuando lo quise hacer me encontré con el impedimento de sus zapatos aún colocados.
Con movimientos suaves le fui sugiriendo que cambiara de posición en la cama de modo que quedara a lo largo, con todo el cuerpo sobre ella y no a lo ancho con los pies en el suelo como estaba hasta el momento, lo hice porque al verlo calzado recordé mi debilidad por los pies masculinos.
Me quité rápidamente los zapatos y las medias, pero aún con el pantalón puesto me acosté nuevamente encima de él solamente que con la cabeza sobre sus pies enfundados en los calcetines quedando los míos a la altura de su cara. Abrí las piernas para que mis pies no tocaran su cara, sé que a muchas personas les disgustan los pies y no quería obligarlo a nada que no le gustara, mientras comencé a oler los suyos, tenían eso olor que me pone a mil, mezcla de cuero y sudor, acaricié cada uno de esos pies por encima de los calcetines, los masajeé con toda la maestría que había adquirido a lo largo de mis encuentros sexuales con pies incluidos, Ramón estaba gozando de todo, no me cabía duda y eso me hacía gozar sobremanera.
Estaba enfrascado en uno de sus pies, tratando de sacarle el calcetín, cuando Ramón tímidamente primero y con ansias después, se prendió del arco de un de mis pies, era la gloria, estaba aprendiendo, a él también le gustaba. Esa sensación exactamente en el límite entre las cosquillas y en placer me dejó en el cielo, debía hacer fuerza para no retirar mi pie de su boca, por momentos primaba la sensación de cosquillas, por momentos el placer, me había mojado totalmente la parte delantera del bóxer, aun así, seguimos disfrutando mutuamente de nuestros pies.
Lentamente nos quitamos la ropa que aún nos quedaba, cuando ya estuvimos desnudos tomé conciencia, no solamente había mojado mi bóxer, sino que tenía toda la pija y los pelos alrededor de ella también mojados y pegajosos, no abocamos a un 69 fenomenal que nos ponía en el paraíso, porque a la calentura, se sumaba ese raro sentimiento de respeto profundo que había surgido espontáneamente entre nosotros.
Noté que Ramón me permitía el acceso a la totalidad de su cuerpo, en realidad, más allá de su cuerpo, decidí hacer lo mismo, sentí primero un dedo masajeándome el culo, me gustó, luego con delicadeza me lo fue introduciendo, me gustó aún más, siguió con dos dedos, el placer era inmenso, en tanto, yo encima suyo, mamaba y mamaba esa espléndida verga cabezona y bien recta, con su leve curva.
Casi sin darnos cuenta fuimos cambiando de posición, para ese momento ya nos habíamos metido mutuamente tres dedos en nuestros respectivos culos e infinidad de veces las lenguas realizando todos los movimientos imaginables con ella. La hemos utilizado como pequeño pene, hemos dado interminables, cortos, seguidos pequeños lambetazos, los dos gemíamos por momentos, rugíamos en otros, pero fundamentalmente nos gozábamos el uno del otro.
En un momento Ramón, me puso boca arriba, me punteó con su enorme verga el orto, yo solo la quería adentro, me la comenzó a meter, entró la punta con dificultad y mi culo no calzaba su tamaño y el dolor no cabía en aguante, sentía la punta cunado avanzaba en mi con cuidado, pero con presión. Yo quería que entrara, pero tuve que ser paciente, 21 centímetros no es cosa fácil, menos cuando el grosor no encaja en mi estrecho hoyo. Escupía, y lubricaba las veces necesarias, cada vez mi ano se expandía más, y mis gemidos dolorosos se iban tornando en pequeños gritos de placer.
Cuando estuvo toda encajada abracé con mis piernas su cintura, Ramón lanzó un grito de placer. Me la puso y la sacó infinidad de veces mientras yo, desde abajo, podía ver sus músculos abdominales tan firmes moverse al compás que me clavaba la polla. Hacía un poco de frío, pero aún en esa casa, sin calefacción, transpirábamos copiosamente, cambiamos los roles, le mamé el culo de pelos ensortijados hasta cansarme antes de introducirle mi tranca palpitante, lo oí gemir, revolcarse de placer, rugir, en algunos momentos, cuando la enterraba con violencia de un solo golpe toda la estaca, Ramón abría desmesuradamente los ojos y le corrían algunas lágrimas. Sabía que no era la primera vez que se la metían, el muchacho mostró algo de experiencia, pero tampoco la suficiente. Desde luego que era muy excitante que semejante macho me dejara comerle el culo a mis anchas.
Cuando ya no podía más y la corrida era inminente le avisé, me pidió que le dejara toda la leche en el culo, fue algo que me sorprendió, pero admito que fue algo que me hizo elevar a lo más alto de la excitación. Con esa autorización enterré mi pija en él de un solo golpe hasta lo más profundo que me fue posible, las palpitaciones en la cabeza de mi verga las sentía hasta en la sien, Ramón de primero se puso tenso, luego se arqueó apoyándose en la cama solamente con la cabeza y los pies, elevó la pelvis, con ella me elevó a mí, me sentí de repente muy arriba, empujé con violencia mi pija hacia abajo y hacia adentro, mientras alojé en su culo varios trallazos de la más espesa leche, Ramón desparramó, en el mismo instante, la suya en mi torso y mi cara, el grito que los dos emitimos al terminar fue unísono y potente. Jamás había tirado tanta leche, y por la altura con la que su semen brincó, supuse que llevaba tiempo sin vaciar ese enorme contenedor.
Nos comenzamos a relajar, yo todavía con la verga en su culo y la suya atrapada entre los dos abdómenes, con las caricias, su semen nos embadurnó a los dos, nos besamos largamente después de esa espectacular sesión de sexo. Tomamos un baño juntos, me vestí mientras Ramón me observaba desnudo desde la cama. Él estaba ya cómodo, yo aún debía manejar hasta casa. Me paseé por su cuarto con el culo desnudo, portando tan sólo una playera, mi intención es que disfrutara de la vista. —Que buen culo tienes jefe—Me dijo con tremenda sonrisa perfecta.
—Puede ser tuyo cuando tú lo desees—Respondí. Me coloqué los bóxeres y luego el pantalón. Debía volver a casa o mi esposa se enojaría. Él se puso de pie, no salimos, pero estábamos junto a la puerta de salida. Me dio un beso, y nuevamente nos envolvimos con los labios.
—Espero repetirlo pronto. —Dije, oprimiéndole las nalgas. Él sonrió y me dijo que no sería la primera vez. Cerró la puerta y me volví a casa ya de madrugada, sigilosamente me acosté a dormir junto a mi esposa, a la mañana siguiente me desperté un poco más tarde que lo habitual, los obreros ya estaban trabajando, bajé a mirar los avances de los trabajos y vi a Ramón, encaramado a la escalera manejando la cuchara de albañil con una mano y sosteniendo el balde con la otra.
—Buenos días patrón. —Comentó aún en lo alto de la escalera. El culo se le miraba asombroso. —¿habrá horas extras hoy? —preguntó, miró a los lagos para asegurarse que nadie mirara, y propuso—Sigo con la casa sola. Por si quieres llevarme. Y entonces supe que la historia apenas estaba comenzando.
Muy rica y exitante me edentifico con esa historia pero➕️ ricaaaaa wow 😍
Muy rica y exitante ya quisiera tener amigos así para estar todos los días mamando y chupando y que me lo estén metiendo diario y claro darles masajes para exsitarlos más…
Muy buena experiencia, qué me gustaría vivirla,ya qué me excito mucho,pues no lo sabía pero a mi edad estoy descubriendo ser bisexual
A mi también me gustaría vivir una experiencia buena como esa o mejor, cuando me empezaron a gustar los hombres como que todo era más excitante, y eso que apenas tengo 18 jaja😶🌫️😶🌫️
Me gusto la historia, pero la encontré larga y con palabras repetidas,. Debería definir bien el contenido y la ambientación del texto por considerarlo un poco extenso y reiterado
Que historia tan rica quisiera que me pasará 😋😔😋😔
Súper me gustaron dos el albañil y el taxista muy genial😎😎😎😎😎